jueves, 8 de septiembre de 2011

Después de la tormenta...

    El paisaje se tiñe de amarillo y ocre por las tantas hojas que van danzando somnolientas a mi alrededor posándose suavemente en el pavimento grisáceo, opaco en una calle sin vida. Tras cada paso que arrastra la monotonía, la melancolía atormenta un recuerdo. Mi cuerpo anhela tu presencia, aquí, frente a mi, bajo este inmenso cielo nublado y sediento de llorar; no quiero abrazar mas al frió, sueño que tus manos vuelven a  envolverse en las mías. Siendos solo uno. Más el viento inclemente me recuerda que no estás a mi lado, que estoy urgando huellas inexistentes en el sendero del pasado, justamente aquí, en el mismo parque donde te conoci; me recuerda que la fantasía está convertida en cenizas tras el fuego de esa efímera pasión, del mágico segundo donde mis labios acariciaron los tuyos.
    Si me dijiste que las personas especiales nacen de la intensidad de los momentos y no del tiempo, bastaron días para que la ilusión adquiriera tu nombre, pero faltarán meses para arrancarlo.
    Aún recuerdo cuando bajo la lluvia eramos dos desconocidos en un mismo paraguas, buscando refugio en tu sonrisa, y escapando de las horas ese momento se hizo eterno
    Hoy, al igual que ese día, las gotas caen piadosamente rozando mis mejillas; esta vez disfrazando lágrimas, estando absorto en el horizonte, cuestionando cada minucioso detalle de aquel inexorable último adiós. Era como una hoja olvidada en el viento, hasta que mi atención se desvió al alzar la mirada ante el susurro de un ángel. Una niña aproximadamente de mi edad, de cabello claro, largo, algo ondulado que cubría sus hombros, ojos color esmeralda que arrastraban a los mios a un abismo de incontrolable armonía, de piel blanca mas pálida por la temperatura y labios de ambrosía carmesí. Por un momento, fue dueña de mi pupila atónita y fugitiva. Con un paraguas en la mano derecha, volvió a repetir con su voz de arrullo, y una tierna y tímida sonrisa:
-¿Quieres compartirlo?.

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